La imposición







Parece que cuando estás en un puesto de responsabilidad pública, cuando "pisas moqueta", te crees superior a la chusma que no lo hace y entonces puedes hacer con ellos lo que te dé la gana. Bueno, si están de acuerdo contigo los otros que también pisan moqueta, o los suficientes. Que un montón de gente haya votado al partido en el que estás colocado o que hayas sacado una oposición o que seas amigo o familiar no importa, ahora eres inmortal y debes ser recordado por tu ingeniería social, tal cual lo son los bustos, retratos, calles, noticias, boletines, que te rodean.
Da igual que no sepas nada de ninguna cosa, cuando puedes mandar sobre todas. Si no has abierto un libro en tu vida, has hecho bien. Tu mérito es ninguno, pero Dios te ha tocado con su dedo de todos modos. Al historiador, le vas a contar lo que pasó hasta que lo repita; el meteorólogo dirá que llueve si te viene bien. Al labrador le dirás que cultive lo que te sabe mejor. Total, te van a hacer caso, pues tú mandas. Todos hablan desde pequeños de cómo deben ser las cosas, como si mandasen. Esto es que debería ser de tal manera y tal... No les chocará que tú hagas lo mismo. Bueno, te conviene seguir la corriente de lo que esté bien visto por la mayoría, si quieres seguir pisando esa moqueta. Si haces que todo parezca como ellos quieren, te querrán. Si además logras imponer a sus rivales (que deberán ser los tuyos) algo que les duela, recordarán tu paso por la tierra con entusiasmo. Pero también podrías obligarles a que te quieran, si logras infundir el temor suficiente.
Puedes disfrazarlo como progreso, o como regreso; como virtud, o como vicio. Pero si repasas lo sucedido hasta ahora, la Historia, verás que a las personas nos satisface sentirnos poderosas. Imponer lo nuestro a los demás es quizás el gran objetivo secreto de la vida. Parece que discutimos por gana de verdad, pero la verdad es que les tenemos ganas. Un poquito o mucho, unos más y otros menos, pero les tenemos ganas. Nuestra importancia en el mundo, de la cual depende buena parte de nuestra salud, se puede calibrar con un calibre .22 o con nuestros descubrimientos científicos, y una vía es más fácil que la otra. Podemos inventar un aparato que regenere el pelo, o podemos usar el aparato estatal, ya inventado, para dejarles a todos calvos (como en el Japón feudal).

Sin embargo, queridos senadores sin nobleza, hay un plano moral, y en él rechazamos hacer a otros lo que detestamos para nosotros.
En este plano moral, imponer al gusto de uno es un placer imposible, pues no somos dioses. Quizás podemos robar el dinero de las carteras de la gente que pasea, o fecundar por medio de la hipnosis a las chicas guapas con que nos cruzamos, o suprimir a nuestros adversarios en cámaras de gas, o ganar con trampas cada partido de la temporada. Todas estas cosas y muchas más se pueden hacer, pero elegimos no hacerlas.
Y a eso lo llamamos educación.

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